mayo 15, 2008

teclas con nieve o "here it is: the revenge to the tune"

Y tú, padre mío, desde las tristes alturas, maldíceme, bendíceme ahora con tus feroces lágrimas, te ruego. (Dylan Thomas)

Cuando cosas pequeñas cambian, cosas grandes suceden. Lo compruebas con lo último que ha ocurrido. Has estado dos días enteros frente a la pantalla, escribes sin parar, sin embargo no avanzas tanto como quisieras. Revisas una vez más la página 355 de “La historia cultural de las lágrimas” tratando de ver detalles puntuales de un cuadro de Litchenstein: Chica ahogada. En tu cabeza describes cada uno de los puntos que componen el cuadro, tratando de ver cómo el cambio sutil de pequeños componentes modifica la totalidad del dibujo (ríes pensando en “el todo y las partes”, y otros cientos de páginas que nunca entendiste). El libro se acerca a tu nariz, cada vez más: tres centímetros... dos centímetros... Un mareo rápido sube a tu cabeza, así que decides dejar a un lado el libro, cerrar los ojos y escuchar música. A medida que te preparas para descansar de la luz, de reojo, se ha cruzado con esa tecla. Abres los ojos solo un momento, aplazas el descanso para estar seguro: si, es cierto, la tecla de borrado, se está borrando. Mientras las letras están incólumes (incluso la A y la E, las cuales –según Poe, en su “El Escarabajo de Oro”- son las letras más utilizadas del idioma), la flecha que apunta hacia la izquierda cada vez más parece un guión largo. Te repites de nuevo que un cambio pequeño presagia cosas grandes así que decides pensar en ello mientras tus ojos descansan, y el polvo se aquieta sobre las teclas, y el reproductor empieza a reordenar las canciones según su gusto. El número de páginas escritas te atormenta. ¿Por qué?, ¿por qué tan pocas?: recuerdas la tecla, ahora lo sabes, todo lo que has escrito se ha ido borrando, casi con la misma velocidad con la que aparece en la pantalla. Las palabras no alcanzan a respirar, siquiera a notar quien está a su lado, qué otra palabra le da significado, cuando desaparece. Hace dos días peleas con la existencia de un personaje: es un tipo nostálgico pero no hace ridiculeces adolescentes, en realidad es un tipo triste; algo así como una versión masculina y moderna de la “señora de la tristeza” (a.k.a. Melissa) de Lawrence Durrell. Al parecer el tipo no quiere aparecer, solo deja en la pantalla una sombra, una idea de existencia que nunca se logra materializar. Es entonces cuando el reproductor te lanza una tras otra las canciones: empieza con unas notas alegres y bajas salidas de la garganta de Jack Johnson, sigue con una de las canciones “deconstruidas” de Tom Waits, para caer en un par de esos ritmos melódicos y letras metafóricas de Robyn Hitchcock. A partir de las canciones se empieza a esbozar un personaje, cada nota crea los rasgos propios del personaje. Por primera vez desde que empiezas a escribir algo parece claro. La contextura física y algo de ropa aparecen con “The Partisan” de Leonard Cohen; se definen con un ritmo candombero de Jaime Ross y se ajustan con el cover de “Hurt”, cantado por Johnny Cash. Solo falta su cara: abres los ojos pensando que ya lo tienes, que lo puedes escribir; pero Hurt acabó y solo se escucha la voz de Elliot Smith repitiendo tres veces “You’re not good”. Cuando miras la pantalla notas que se ha apagado, frente a ti está la pantalla negra, y ahí un rostro. La cara se sobrepone en el personaje y calzan; no quieres que pase, pero pasa. Tanto borrar... tanto pensar... y ese rostro... es el tuyo. Sabes que no te conoces, que te estuviste buscando en una pantalla por dos días, pero que tus pequeños cambios no los notas. Las lágrimas salen de tus ojos; te reconoces en la pintura (hombre ahogado) y sigues sin reconocerte en la pantalla. La canción continúa... recuerdas a Elliot Smith caminando por la nieve un 31 de diciembre, el año antes de morir: aparece como una mancha negra sobre la nieve mientras canta “Pitsleh”. Después, te identificas con él mientras borras de un tajo todo el archivo. Buscas un corrector blanco para rehacer la línea blanca de la tecla. No lo encuentras. Quizá, si logras esconder el pequeño cambio, el grande no se produzca... solo quizá. Te pones los zapatos, sales de tu casa. Miras por la ventana de tu auto mientras cantas “Pitseleh” y esperas encontrar al final del trayecto un pueblo lleno de nieve, por el cual puedas manejar, por el cual puedas caminar, recoger un poco de nieve y, con ella, corregir aquello que te permite borrar cosas.

1 Comments:

  • At 10:27 a. m., Blogger Jaime Gomez said…

    Hombe, como se le nota el stress de su tesis, cuando la termine le recomiendo un escape a una playa desierta, para alejarse de la pantalla, o un caping en la mismisima boca del Galeras. Siga asi, identificandose con ese que ve en la pantalla, no es el unico que sueña con visitar el mundo por internet cuando en relidad esta ahi, sentado frente a la proyectora de luz, sacando pansa y cuagulos grasosos en las venas, esperando a que un aneurisma le tuerza los ojos pa verse por dentro, como en su cuento.

     

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