marzo 26, 2008

Sacerdotisa (de la serie tarot # 1)


Sentada sobre un trono invisible, con la mirada fija en el futuro, la sacerdotisa piensa en lo que vendrá. No necesita esforzarse mucho, el tercer ojo que pesa en un suave cabello (ya no flamea), le ayuda en su tarea: internarse en el corazón de las personas. Sabe (ya no adivina) lo que pasa ahí, en cada aurícula, cada ventrículo, cuánta sangre pasa, a dónde -en una fortuna necesitada- lleva la energía el diástole, quién resulta desgastado en las vibraciones de un sístole. El viento sopla fuerte, muy fuerte, ni un tocado de su velo se devanea libre a las ondas cíclicas de huracanes y tormentas. Impasible, observa los incendios: aumentan y devoran todo lo que se pueda quemar, consumen los resquicios de raíces ahogadas por un humo asfixiante, agota, extingue. En el palacio meridional lee, pretende mantenerse erguida en un choque de positivos y negativos que intentan inclinarla. Ella, fuerte, roca segura sobre piedra leve, toma las piedras sagradas (sólo la pitonisa sagrada puede descifrarlas) y logra conocer un pasado esquivo, la memoria no puede retenerlo. Alza los ojos, grita ¡Fortuna emperatrix mundi!, escupe al suelo y bota las piedras, rebotan... una... dos veces... únicamente para volver a chocarse en el piso, esta vez (la tercera) el cometido se cumple, una grieta se abre entre dos hilos de parca maldita y los trozos (se pueden contar por miles), salen desperdigados hacia la luz. Circo imbécil de cuatro pistas: ruedas con hombres: corren como ratones y sueñan como águilas; filos de navajas: vuelan elípticos en el aire; narices rojas: suenan con la presión de la tristeza; látigos: se crispan en el aire para el asombro del público; luces de colores; telas templadas; una luz: se dirige hacia ella... Ella y su grito: ¡FORTUNA EMPERATRIX MUNDI!, resuena otra vez en los oídos del hombre, del látigo, en la nariz y las navajas. Los ojos giran, se dirigen hacia donde la luz del seguidor los lleve. La Torá se levanta con mano temblorosa, la otra lleva hacia la boca una granada repleta de semillas. El pliego vacío lo dice todo, unos dedos invisibles escriben su frase y quitan la corona y el velo, desatan nudos que enloquecerían al Magnus. El público se ha marchado, ella continúa desnuda, en el centro del teatro, por primera vez una sonrisa se dibuja en su rostro de sílfide. Espera a que aparezca el otro, el cero, quien más importa. Ella cierra los ojos, mengua una luna: se representa en la maraña de cables; desde ese sitio aparece el otro. El bufón toma las ropas y se disfraza. Camina, sale de la representación, no más remos, no más cerberos. El viento sopla, aguijonea su cuerpo frío y blanco, uno a uno, sus cabellos se mueven, rizan las llamas que queman, arden.

1 Comments:

  • At 11:17 a. m., Blogger Mersault said…

    y luego un día, debajo de sus ropas de hombre, inclinada sobre el centro mismo del mundo, la sacerdotisa se derrama como el líquido primario de la creación, abortivo, vomitable; desde la corriente misma de sus venas, el castigo de la sabiduría, de tantas noches en vela, de ser universal...

     

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