diciembre 14, 2007

Extracto de viaje


El sol se oculta tras una montaña, los rayos naranjas se inclinan y pierden su brillo a medida que pasan los minutos. Por el vidrio de la ventana se logran ver un atardecer que oscurece todas las cosas y personas dentro de un bus pequeño, en un país ajeno. Ahí la gente entra y se sienta, después pasa un hombre cobrando los pasajes; algo me dice que las cosas ocurren al revés, recuerdo pagar el pasaje al entrar... no estoy seguro de que sea esa la mejor forma, así que lo olvido y regreso de nuevo a la ventana. Alcanzo a ver algunas huellas digitales incompletas, impresas por dedos llenos de dulces o sudor, en el marco empieza a nacer musgo, la humedad permite que la vida crezca a medida que nos movemos a setenta kilómetros por hora, el cierre de seguro está quebrado de tal manera que, de cuando en vez, debo cerrar el vidrio que se abre por la vibración, huele a plantas frescas que un hombre subió en una canasta, el sol sigue bajando, las luces se encienden y encandilan mis ojos, así que dejo de ver.
Normalmente este bus tiene 10 asientos dobles por lado y lado, pero en un “inteligente” acto de economía, el dueño ha decidido montar otros asientos a lado y lado, juntando un par de centímetros lo ya existentes. El resultado ha sido un pequeño espacio entre sillas que me obliga a subir los pies al acolchado y apoyar las rodillas sobre el espaldar frente a mí. La posición me parece perfecta para recordar momentos de mi niñez: abrazo mis piernas apoyo mi mejilla, suspiro y mi mirada se desliza por el horizonte. El sol se esconde, las luces ya no son tan fuertes y el olor de las plantas llena el aire.