agosto 30, 2007

Mirar, Mirar, Mirar...


Hace mucho leí un excelente libro del maestro Philip Dick: "El hombre en el castillo". En uno de los apartes un hombre tiene el encendedor con que murió Churchill (creo), lo mete en una bolsa con otro idéntico, los saca y pregunta ¿cuál es el real?, la conclusión obvia es: "lo histórico de los objetos está en nuestra mente". Tiempo después, en una charla, un amigo me dice que lo importante de las obras de arte no es la obra, sino lo que Bordieu llama "el campo artístico": todo aquello que rodea contextual mente a la obra. Si uno quiere apreciar la obra -me dice- lo importante son los procesos de recepción inmediatos (pensé en el momento que él se hubiera podido tomar unos tragos largos con Husserl). La obra de arte está ahí, en el museo. Voy a museos, veo la obras y descubro porqué me gusta estar ahí:sensaciones. Las sensaciones que salen de todas partes: de lo contextual, los quince minutos frente a Klimt, los veinte frente a Manet, por el hecho de ser Klimt, de ser Manet; la emoción de sentirme en el mar frente a LeParc; la estupefacción del "Blanco sobre Blanco" de Malevich; la incomprensión frente al Retrato de Madame Von Hoffmann... La sensaciones explotan por todas partes, de lo contextual, de lo inmediato, de la interpretación, de los libros de texto, de las grandes enciclopedias que revisaba cuando era pequeño, de ser un autodidacta del arte, de las interpretaciones y la relación con el mundo actual. Seguiré asistiendo a museos, seguiré intentando acercarme a la pinturas lo más que pueda. Me gusta, lo hago, lo haré: El arte por el arte, el oleo por el olor, el espectador por sus ojos, los marcos... ¿por qué los marcos?

Paranoia objetual, memoir musseum amnesica.


La paranoia es real. Te persiguen, están por todas partes, se esconden entre las sombras para aparecer de nuevo más adelante, en tu camino, justo en esa bifurcación en la que debes decidir que sendero tomar. Huyes de libros de temas y de frases, pero siempre te atrapan. Hace un tiempo que recuerdas a un amigo con el que discutes si vale la pena ir museos... tu amigo dice que no, tu dudas, miras las estrellas y encuentras en ellas una forma de seguir huyendo. Ayer dejas copias a tus estudiantes, están en el programa, no las lees sino hasta cinco minutos antes de empezar tu clase. Te sorprendes al ver frases como: "el monumento se caracteriza por su capacidad de perpetuar las sociedades del pasado, por ser algo ligado a la memoria colectiva, aún así no es algo inerte a través del cual se adivina el pasado". Te das cuenta que las frases te siguen, que los objetos están ahí para recordarte que existen y te dicen algo, algo que no logras captar. Se te ocurre algo en la mitad de la clase, mandas a tus estudiantes a ver la exposición de "LeParc", quieres que la describan, ninguno se da cuenta de la poca concordancia de lo que enseñas y el trabajo que les pones. Revisas tus fotos y encuentras muchas tuyas en museos, viendo pinturas tratando de tocar esculturas bajo la mirada reprobante de los celadores que no saben lo que tienen al lado. Decides hablar, contar, escribir: tu trato con los objetos nunca ha sido fácil, menos ahora, menos hoy.

agosto 15, 2007

Duda que parte de la referencia.



Recuerdas esas palabras que te carcomen el cerebro, leíste que el lenguaje es una herramienta rota. La imagen del martillo quebrado te hace dudar: La herramienta ya está, la utilizas pero nunca sabrás si lo haces adecuadamente. Aparecen una tras otra las letras del abecedario, todas quebradas, solo círculos y barras que están tiradas sobre el piso. Te das cuenta que ni siquiera sabes cuántas letras conoces: en la infancia siempre contabas las ches, las elles, las erres, ahora no sabes si son letras, sonidos, fantasmas. Algunas veces, el escritor nacido en Canciones Tristes, hablaba de sus escritos como "Fantasmas", nada material, solo apariciones raras que flotaban, que formaban parte del polvo que se posa sobre los libros. No estoy seguro si lo escrito llegue a ser parte de esa materialidad que conforman los espectros. Alguna vez Descartes habló de la dualidad entre cuerpo y alma, me pregunto si imaginó un estado intermedio. Si ese estado existe (El limbo vuelve a existir para la religión, ¡porqué no para las palabras!), debe ser lo escrito. Los escritores como brujos célticos, los escritos como humo, las letras como conjuros. Hoy te sientes oscuro y denso, te conviertes en un brujo, decides tomar los conjuros, los lanzas al aire y observas la forma en que caen. Si no lo haces tú, quizá la suerte lo haga. De repente, esas dos barras forman la letra T, un círculo ha dejado su esencia y ahora es claramente una O. Aparecen las letras, las palabras. Miras al cielo y agradeces que la suerte haya dejado caer tus mantras cíclicos de esa forma. Miras tus manos, esas mismas que han hecho volar los signos. Ahora tiemblan. Cierras los ojos viendo las historia por fin bajo tus pies, sabes que no fuiste tú, fue la suerte; pero esperando el consuelo de alguien, te dices "seguramente, ahora algo debo estar haciendo bien".

agosto 08, 2007

La sorpresa de un Lobo "no codante"


Cuando pasan ese tipo de cosas, la sorpresa aparece como un límite cada vez más difícil de alcanzar.
Hace mucho, conocí un amigo que en realidad era un lobo, o bueno creía ser un lobo; porque si se lo mirba bien, cada vez parecía algo diferente. Por momentos se convertía en un personaje kafkiano (por medios electrónicos tenía ese vicio de escribir "k." cuando algo en su nombre sonara "/ka/"). Por momentos era un cable a tierra (se debe tener en cuenta que el positivo y el negativo no eran su cabeza y sus pies, sino cada palma de la mano). En otros momentos aparecía como un caminante que estrechaba la mano de un viejo chino de nombre cacofónico (gaotshinkyiang, creo que era), y que buscaba en una segunda persona del singular el camino que las suelas gastadas descubrían con asombro. Después... desapareció... quería convertirse en un lobo diferente. Quizá encontró en las palabras de un congénere (Uno que se hace llamar Antunes) un camino, un lugar donde quedarse... y así... desapareció en la mitad de un desierto. Ahora, la sorpresa: finalmente volvió a aparecer, primero como uno de esos fantasmas de William Gibson; ofrendas vudú que caminaban por la inmensidad de la red buscando un Neuromante al que dejarle mensajes para desaparecer entre ceros y unos y quedar conformado como un código binario parpadeante. De repente una forma de saberse presente, una nueva encarnación aparece. No necesitamos convertirnos en los neohumanos de Houellebecq para darnos cuenta que las personas siempre reaparecen en el momento justo, y que la conversación en un "modo no codante" es la solución; pero si nos convertimos en esos neohumanos entonces Totoptero24 te saluda desde un modo no codante Lobo24. 124.24597.335.795.
pd1) si hay una lectura de Houellebecq de por medio: señor lector, no intente dar click sobre los números, no llevan a ningún lado, aún me siento feliz de no ser neohumano.